martes, 3 de enero de 2023

Duque de Ahumada/Narváez e Inspección de Alumbrado


Duque de Ahumada. El país se iba recuperando. Acababa de inaugurarse el primer ferrocarril de Barcelona a Mataró y había otros en proyecto; la industria ofrecía grandes atractivos, la delincuencia había disminuido bastante. Como muy bien dijera Galdós en relación al Jefe del Gobierno, “con el ten con ten de su fiereza y gracias andaluzas, tigre cuando se ofrece, gato zalamero si es menester, maneja, gobierna y conduce a este díscolo reino, y en él asegura el bienestar de los que lo han adquirido o están en el trajín de la adquisición”. El día de Santa Isabel fue el fijado para la inauguración del famoso teatro. La ópera a representar fue “La Favorita”, de Donizetti. A las diez de la noche una inmensa multitud de curiosos se apiñaba a los alrededores del coliseo. Caballeros y damas ataviadas lujosamente descendían de las berlinas y carruajes. La categoría de verdadero acontecimiento nacional, con asistencia de la reina Isabel II, su Gobierno en pleno, embajadores acreditados en Madrid y otras personalidades, destinadas a ocupar los sitios de honor, hicieron que fuera encomendada a la Guardia Civil la custodia del edificio y sus accesos, para que el orden de llegada de transeúntes y carruajes fuese perfecto. Una sección de caballería cumplía este cometido al mando de un teniente, con arreglo a la consigna que se la había ordenado mantener, cuando un carruaje de ministro pretendió dirigirse en dirección prohibida, para llegar al teatro por camino distinto al que debía seguir.

¡Por aquí no se puede pasar!  - Dijo al cochero el cabo que hacía de centinela.

- Este coche sí – contestole el conductor del carruaje, un tanto molesto.

- Ni ese coche ni ninguno – volvió a ordenar el cabo.

- ¡Adelante cochero! – gritó desde dentro del carruaje el general Narváez, que era quien lo ocupaba.

Presentado el cabo ante Narváez, que lucía sus mejores galas, después de saludarlo le insinuó respetuosamente cuáles eran las órdenes recibidas, sin que le hubiesen hecho excepción alguna. El cabo, poseído de que cumplía fielmente con su deber de centinela, ante la insistencia del presidente del Gobierno, le dijo con firmeza:

Mi general, si V.E. pasa por aquí, será atropellando el honor de esta arma, encargada de cumplir una consigna.

Narváez, contrariado por aquella voluntad, mandó volver al carruaje y se dirigió hacia el teatro para entrar por la puerta designada. Una vez dentro del edificio llamó a su presencia al Duque de Ahumada, armando gran alboroto.

- Un cabo me ha puesto en ridículo sin tener en cuenta quién soy; ha tenido el atrevimiento de pararme cuando me dirigía al teatro y volverme para que entrase por otra puerta distinta a la que iba a hacerlo. Esto no lo puedo consentir; así, pues, hay que ponerle a ese “tunante” una severa corrección.

No se inmutó el Duque de Ahumada. Informado detenidamente de lo ocurrido y sin perder la serenidad, volvió a presencia de Narváez para manifestarle que habiendo cumplido el centinela fielmente con su consigna, no había motivo de sanción alguna, considerando que era totalmente injusta su pretensión. Durante el diálogo, Narváez, ya un poco más apaciguado, ordenó al Duque de Ahumada lo trasladase fuera de Madrid. Al día siguiente, nuestro personaje presentose en su despacho mostrando dos oficios: en el primero, su cese como Inspector General de la Guardia Civil; en el segundo, firmado por quien quedaba accidentalmente encargado del mando, el traslado del cabo. Narváez quedó sumamente sorprendido,

-  Es usted un exagerado – le dijo -, de ninguna manera le admito la dimisión.

¡Ya lo creo que sí!. No hemos creado un Cuerpo llamado a tan altos fines para estar pisoteando su prestigio a las primeras de cambio. El traslado de ese cabo es una injusticia que yo no cometo de ninguna de las maneras.

Cedió al fin Narváez, y dando por concluido el incidente, le entregó al Duque de Ahumada un habano para que en su nombre se lo entregara al cabo en cuestión y se lo fumase a su salud.

La verdad – agregó – es que estuvo muy “zalao”, atreverse a contrariarme, el muy tunante…..

Y los dos hombres, tan viejos como leales amigos, se sonrieron mientras sus manos se unían en un caluroso apretón


Una fotografía para el recuerdo, que data de principios de los años 60, donde vemos a una pareja de la Guardia Civil de Tráfico fundacionales, en un control de inspección de alumbrado de vehículos.

Según un foro de internautas del Seat 600, este coche fue el número  226 de los que se adjudicaron en el mes de noviembre del año 1957 correspondiéndole a un tal José Artes de Arcos, empresario muy conocido en el mundo automovilístico por ser el impulsor de algunos coches de carrera como fue el Guepardo de Formula IV, el Campeador y otros.  

Como podemos comprobar a simple vista, es un Seat especial al llevar incorporados algunos extras tales como los faros frontales antinieblas, inusuales y muy raros en aquellos años, así como también unos tapacubos adicionales pequeños. Ello se debía a que su titular, además de ser creador de coches deportivos, era también fabricante de claxons, volantes, faros... y un sinfín de complementos para el automóvil.

Por eso, no es de extrañar que la foto este tomada por el tema de faros, los "extras" que lleva, se supone que serían de la misma "casa”.

                                                        Texto y foto de José Mélendez

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