o Que mejor afirmación, para
nuestras tradiciones, historia y cultura.
Capa
y no sayo:
o Para el hermanamiento, de
nuestra variedad de pensamiento y sensibilidades, máxime, cuando nuestras
tradiciones, son menospreciadas o simplemente ignoradas, por otras impuestas y
venidas de más allá de nuestras fronteras.
o Para reivindicar nuestra
propia identidad, heredada de nuestros ancestros. Griegos, cartagineses,
fenicios, romanos y visigodos.¡ Nuestra historia!
Lejos quedaron
los duelos pendencieros y que a muerte intentaban lavar su honor, siendo la
capa, una aliada imprescindible. No solo para el anonimato y subliminal amago
del metal, instrumento de duelo.
Hasta tan punto
llegaban estos lances, que a través de Edicto Real, se ordena la mutilación, de
nuestra querida prenda, hasta por encima de la rodilla. Siendo monarca de la
Corona de España, el rey Carlos III. Quien deposita, en manos de su estrecho
colaborador, D. Leopoldo de Gregorio “ Marqués de Esquilache. La
responsabilidad de ejecutar, tal barbarie, en un claro atentado hacia la
cultura y tradiciones del pueblo Español.
Dicha orden,
nunca pudo llevarse a término, debido al alzamiento civil, que se produjo, en
un mes de marzo, del año 1766, dando lugar a lo que conocemos, como “El motín
de Esquilache”. Hecho este que le costó, el cargo al ministro, anulando dicha
orden y disolviendo a la Guardia Valona y muy a punto
estuvo de costarle la corona al propio Rey.
Es de tal
importancia, este puntual hecho, que nuestra Capa, se ha ganado con sobrados
méritos, el pedestal de su grandeza, siendo referente en las libertades,
individuales y colectivas, de esta, nuestra Gran Nación.
Amigos míos:
¡VIVA LA CAPA ESPAÑOLA!
Paloma Moreno
Martín
PRESIDENTA
El Motín de Esquilache
LA CAPA COMO ACTO DE
REBELDIA ESPAÑOLA
Leopoldo de Gregorio Squilacce, Esquilache en
España, fue ministro de nuestro ilustrado Rey Carlos III. Esquilache,
napolitano de nacimiento, contaba con los favores del monarca, considerándolo
muchos el favorito del Rey. Hombre impetuoso y partidario de arreglarlo todo
por la vía rápida, fue el firmante de las medidas que encendieron en 1766 las
furias populares. No obstante, se le atribuye a Esquilache muchas de las
medidas que propiciaron la limpieza de cara de la que disfrutó Madrid durante
el reinado de Carlos III. Algunos ejemplos de medidas de Esquilache son la
orden de pavimentar la calles de Madrid, la instalación de iluminación vial o
la creación de numerosos parques en la ciudad.
Pongámonos pues en perspectiva. Estamos a
finales del siglo XVIII, la Villa de Madrid era la capital más sucia e
insalubre de Europa. Carlos III, conocido popularmente como el mejor alcalde
que nunca ha tenido Madrid, y de acuerdo con sus pensamiento ilustrado, trajo a
su corte algunos ministros extranjeros, más doctos y acordes con las costumbres
dieciochescas en Europa. Tenía el monarca intención de convertir la sucia
capital de su reino en una capital acorde con la ilustración, acorde con la
Europa del momento.
Mientras que hoy se agradecen aquellas medidas
del ministro ilustrado, sucedía en ese tiempo que, entre la inflación y el
hambre que sufría el pueblo llano añadido al recelo de éste hacia el ministro
extranjero, existiese un sentimiento de apatía generalizado hacia el ministro.
Con ese panorama adoptó Esquilache la medida
objeto de este comentario. El 21 de enero de 1766 aparecía el siguiente bando:
"Siendo reparable al rey que los sujetos que se hallan empleados a su real
servicio y oficinas, usen de la capa larga y sombrero redondo, traje que sirve
para el embozo y ocultar las personas dentro de Madrid y en los paseos de fuera
con desdoro de los mismos sujetos, que después de exponerse a muchas
contingencias, es impropio del lucimiento de la corte y de las mismas personas
que deben presentarse en todas partes con la distinción en que el rey los tiene
puestos; conviniendo cortar estos abusos que la experiencia hace ver que son
muy perjudiciales a la política y experiencia del buen gobierno, se ha dignado
resolver que se den órdenes generales a los jefes de la tropa, secretarios de
despacho, contadurías generales y particulares y a todas las demás oficinas que
Su Majestad tiene dentro y fuera de Madrid, paseos y en todas las concurrencias
que tengan, vayan con el traje que les corresponde, llevando capa corta o
redigot, peluquín o pelo propio, sombrero de tres picos en lugar de redondo, de
modo que vayan siempre descubiertos, pues no debe permitirse que usen trajes
que les oculten cuando no puede presumirse que ninguno tenga probos motivos
para ello... Advirtiendo a todos que están dadas las órdenes convenientes para
que a cualquiera de los empleados que están al servicio del rey que se les
encuentre con el traje que se prohíbe se le asegure y mantenga arrestado a
disposición de Su Majestad."
La reacción del pueblo no se hizo esperar. El
domingo de Ramos de ese año, en la plazuela de Antón Martín, un grupo de gente
armada comienza a amotinarse, usando dicha plaza como cuartel general.
Siguieron los amotinados por la calle Atocha hasta reunir cerca de 2000 almas.
Dice la historia que el tumulto se cruzó con el Duque de Medinaceli, que se
comprometió a transmitir el mensaje al Monarca. Acto seguido, la revuelta se
dirige a casa de Esquilache, la cual es saqueada de la misma forma que lo serán
más tardes las casas de los otros dos ministros extranjeros de la época. El
lunes Santo, al enterarse el pueblo que Esquilache se encontraba junto al Rey
la revuelta decide dirigirse al Palacio Real, donde después de una escaramuza
con la Guardia Real muere una mujer. El motín se intensifica hasta el punto que
un sacerdote, ver el cuadro de Goya, decide intervenir y preparar una lista de
peticiones al Monarca.
Las consecuencias del motín no se hicieron
esperar. Muy a disgusto pero sin otra salida el Rey Carlos III decide aceptar
el destierro de Esquilache y las dimisiones forzadas del resto de ministros
extranjeros, provocando así la subida al poder del Conde de Floridablanca, Pedro
Rodríguez de Campomanes y el Conde de Aranda.
Julián Marías ha comentado las razones sobre la
disposición, entendiendo lo siguiente: "Yo pienso que estas razones
utilitarias -seguridad pública, conveniencia de que se pudiera reconocer a los
delincuentes- no eran más que apariencia: la justificación 'objetiva' es de
otras más hondas, estéticas y 'estilísticas': los hombres del gobierno de
Carlos III sentían sin duda malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo,
tan distintos de los que se usaba en otras partes, tan arcaicos. Yo creo que la
aversión a la capa larga y al chambergo era una manifestación epidérmica de la
sensibilidad europeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión
de sus dos verdaderas patrias: Europa, el siglo XVIII.".
Numerosos artistas de la época inmortalizaron
tan insólito motín.
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LA CAPA ESPAÑOLA |
Decir que se puede rastrear la historia de nuestro país a través de la capa, es decir verdad. Sabemos que la capa era una fachada de la persona en los remotos tiempos de los Iberos, pero sobran indicios para pensar que ya era prenda de abrigo en la mismísima Edad del Hierro. Hace un rato.
Con rebozo y sin rebozo, hay que decir que, la pobre, está ahora "de capa caída". Pero nadie le puede quitar su pasado esplendoroso y pocos pueden prever si levantará o no los vuelos en un futuro. De momento. Nos queda su repaso en los siglos
Tenemos noción de que los romanos
adoptaron la sagún celtíbera, capa abierta en los costados y sujeta
con una fíbula en el hombro, y los árabes nos dejaron su albornoz,
capote cerrado con capucha. Allá por la Edad Media, la capa era manto
obligado de todos los estamentos: capuces para los guerreros, tabardos
y lobas para los nobles, capas magnas para los religiosos y capotillos
de aldas para los campesinos. En el siglo XVI, la capa era
signo y medida exterior del linaje: cuanto más cortas, mayor nobleza se le
suponía al portador; así, al rey se la remataban en la cintura, los gentiles
hombres la cortaban a medio muslo, los artesanos y menestrales en las rodillas
y los villanos en los pies. |
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El siglo XVIII nos trajo dinastía
borbónica y gustos franceses: las capas cortesanas se fabrican con tejidos
más ligeros y de más vivos colores. La longitud de la tela se hace cuestión
de estado y hasta provoca un motín popular contra un ministro ilustrado:
Esquilache. La influencia no llega a campesinos y pastores, que siguen con
sus anguarinas de lana o paño grueso para celar los fríos, o sus corozas de
paja para escudarse de las lluvias. En el XIX, triunfa
definitivamente la que ha venido en llamarse capa española, en sus
cuatro variantes más conocidas: La Madrileña o pañosa, con esclavina,
cuello bajo y embozo de terciopelo de colores, en terciopelo verde y rojo. La
Castellana o parda, de paño pardo o marrón sin vivos y con grandes
broches; la Catalana, de amplios vuelos y capilla galoneada y la andaluza, de
esclavina más corta y de menor longitud. |
De todas ellas, se ha hecho
timbre de honor el saber llevarla. Al decir de sus fieles devotos, la
capa es talmente como un caballo que tiene que compenetrarse con el jinete para
enredarse los dos en majeza. El gabán se pone, pero la capa se lleva.
Sólo hace falta echarle a sus pliegues una miaja de prestancia y otra de
alegría, para que ella solita se encandile y regale donaire y salero.
La capa, esa atmósfera de tela
ondulante y obsequiosa, es memoria tejida de nuestra historia. Evoca ritos
ancestrales, mantos senatoriales, tercios guerreros; tiene aromas de
estudiantes que corrían la tuna en Palencia o Salamanca y trae recuerdos de
intrigas y embozados en la corte de los Felipes; saca color y buen aire de las
faenas toreras y se torna en rico brocado sobre las vírgenes de las
procesiones; es peto y espaldar para campesinos y pastores, arrebato volandero
en los jinetes y cobertura sobria de penitentes y cofrades; comporta el buen
porte de los próceres, escondía la bolsa ruin de los hidalgüelos y abrigaba los
cuerpos tenaces de los peregrinos, en su visita al señor Santiago.
Nuestras capas han cubierto apariencias, revestido dignidades y aplazado tiriteras y desazones. daban revocos de brillo a los esqueletos gallardos, pero también disimulaban la facha de los que movían huesos torpes y mal encajados. Han servido como alfombra galante, como paño de lágrimas o como manta retozona para un arrebato urgente y carnal. Ha sido cuestión de moda, flor de un día y a la vez objeto preciado que se puede dejar en herencia, más allá de las generaciones. Pocas prendas de vestir entran ahora en la hijuela.
Al reunir estas piezas, mi trabajo ha sido parecido, punto menos, al de un improvisado albacea. Recoger por aquí y por allá las pertenencias de los antepasados, juntar su diversidad y mostrar a los herederos los bienes que les han testado: tanto los del campo
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Apreciado y querido amigo Luciano ,me has dejado sin palabras , sencillamente, lo has clavado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo. Juan de Dios Civico
Luciano ; Me ha gustado mucho lo que has publicado de nuestros amigos Paloma y Juan y verdaderamente considero que la capa es una prenda muy bonita y que no tenía que haber desaparecido.
ResponderEliminarHe llevado la capa algunos años en mi etapa de "servicio rural" en la Guardia Civil y era de mucha utilidad y muy necesaria para protegerse del frío.
Nos servía para ponernos alguna sahariana que teníamos un poco deteriorada por su uso
( ya que como dice el refrán ) UNA BUENA CAPA TODO LO TAPA).
Prenda también muy elegante que usaban toda la gente importante , e incluso en la Guardia Civil, la capa de los oficiales con la parte interior roja VESTÍA MUCHO y presentaba una vista muy atractiva.
Mando un abrazo al matrimonio amigo y le recuerdo a la Sra. Paloma que no me olvide en el próximo encuentro de los " amigos de la capa".
Mucha gracias amigo Luciano por la publicación que te facilita Paloma Moreno Martín presidenta de la capa.
ResponderEliminarLa verdad es que a mi siempre me gusto esa prenda( tuve amigos que la utilizaron hasta el final de sus días) aunque solo la utilicé en el Cuerpo, como dice el compañero Carricondo bendita prenda que tanto frio nos evitó.
Fuerte abrazo.
Pedro de Miguel Astorga