martes, 23 de abril de 2024

La Capa Española "El motín de Esquilache"

 

 

 Capa y no sayo:

o   Que mejor afirmación, para nuestras tradiciones, historia y cultura.

Capa y no sayo:

o   Para el hermanamiento, de nuestra variedad de pensamiento y sensibilidades, máxime, cuando nuestras tradiciones, son menospreciadas o simplemente ignoradas, por otras impuestas y venidas de más allá de nuestras fronteras.

 Capa y no sayo:

o   Para reivindicar nuestra propia identidad, heredada de nuestros ancestros. Griegos, cartagineses, fenicios, romanos y visigodos.¡ Nuestra historia!

Lejos quedaron los duelos pendencieros y que a muerte intentaban lavar su honor, siendo la capa, una aliada imprescindible. No solo para el anonimato y subliminal amago del metal, instrumento de duelo.

Hasta tan punto llegaban estos lances, que a través de Edicto Real, se ordena la mutilación, de nuestra querida prenda, hasta por encima de la rodilla. Siendo monarca de la Corona de España, el rey Carlos III. Quien deposita, en manos de su estrecho colaborador, D. Leopoldo de Gregorio “ Marqués de Esquilache. La responsabilidad de ejecutar, tal barbarie, en un claro atentado hacia la cultura y tradiciones del pueblo Español.

Dicha orden, nunca pudo llevarse a término, debido al alzamiento civil, que se produjo, en un mes de marzo, del año 1766, dando lugar a lo que conocemos, como “El motín de Esquilache”. Hecho este que le costó, el cargo al ministro, anulando dicha orden y disolviendo a la Guardia Valona  y muy  a punto estuvo de costarle la corona al propio Rey. 

Es de tal importancia, este puntual hecho, que nuestra Capa, se ha ganado con sobrados méritos, el pedestal de su grandeza, siendo referente en las libertades, individuales y colectivas, de esta, nuestra Gran Nación.

Amigos míos: ¡VIVA LA CAPA ESPAÑOLA!

Paloma Moreno Martín

PRESIDENTA

 

El Motín de Esquilache

LA CAPA COMO ACTO DE REBELDIA ESPAÑOLA

 

Leopoldo de Gregorio Squilacce, Esquilache en España, fue ministro de nuestro ilustrado Rey Carlos III. Esquilache, napolitano de nacimiento, contaba con los favores del monarca, considerándolo muchos el favorito del Rey. Hombre impetuoso y partidario de arreglarlo todo por la vía rápida, fue el firmante de las medidas que encendieron en 1766 las furias populares. No obstante, se le atribuye a Esquilache muchas de las medidas que propiciaron la limpieza de cara de la que disfrutó Madrid durante el reinado de Carlos III. Algunos ejemplos de medidas de Esquilache son la orden de pavimentar la calles de Madrid, la instalación de iluminación vial o la creación de numerosos parques en la ciudad.

Pongámonos pues en perspectiva. Estamos a finales del siglo XVIII, la Villa de Madrid era la capital más sucia e insalubre de Europa. Carlos III, conocido popularmente como el mejor alcalde que nunca ha tenido Madrid, y de acuerdo con sus pensamiento ilustrado, trajo a su corte algunos ministros extranjeros, más doctos y acordes con las costumbres dieciochescas en Europa. Tenía el monarca intención de convertir la sucia capital de su reino en una capital acorde con la ilustración, acorde con la Europa del momento.

Mientras que hoy se agradecen aquellas medidas del ministro ilustrado, sucedía en ese tiempo que, entre la inflación y el hambre que sufría el pueblo llano añadido al recelo de éste hacia el ministro extranjero, existiese un sentimiento de apatía generalizado hacia el ministro.

Con ese panorama adoptó Esquilache la medida objeto de este comentario. El 21 de enero de 1766 aparecía el siguiente bando: "Siendo reparable al rey que los sujetos que se hallan empleados a su real servicio y oficinas, usen de la capa larga y sombrero redondo, traje que sirve para el embozo y ocultar las personas dentro de Madrid y en los paseos de fuera con desdoro de los mismos sujetos, que después de exponerse a muchas contingencias, es impropio del lucimiento de la corte y de las mismas personas que deben presentarse en todas partes con la distinción en que el rey los tiene puestos; conviniendo cortar estos abusos que la experiencia hace ver que son muy perjudiciales a la política y experiencia del buen gobierno, se ha dignado resolver que se den órdenes generales a los jefes de la tropa, secretarios de despacho, contadurías generales y particulares y a todas las demás oficinas que Su Majestad tiene dentro y fuera de Madrid, paseos y en todas las concurrencias que tengan, vayan con el traje que les corresponde, llevando capa corta o redigot, peluquín o pelo propio, sombrero de tres picos en lugar de redondo, de modo que vayan siempre descubiertos, pues no debe permitirse que usen trajes que les oculten cuando no puede presumirse que ninguno tenga probos motivos para ello... Advirtiendo a todos que están dadas las órdenes convenientes para que a cualquiera de los empleados que están al servicio del rey que se les encuentre con el traje que se prohíbe se le asegure y mantenga arrestado a disposición de Su Majestad."

La reacción del pueblo no se hizo esperar. El domingo de Ramos de ese año, en la plazuela de Antón Martín, un grupo de gente armada comienza a amotinarse, usando dicha plaza como cuartel general. Siguieron los amotinados por la calle Atocha hasta reunir cerca de 2000 almas. Dice la historia que el tumulto se cruzó con el Duque de Medinaceli, que se comprometió a transmitir el mensaje al Monarca. Acto seguido, la revuelta se dirige a casa de Esquilache, la cual es saqueada de la misma forma que lo serán más tardes las casas de los otros dos ministros extranjeros de la época. El lunes Santo, al enterarse el pueblo que Esquilache se encontraba junto al Rey la revuelta decide dirigirse al Palacio Real, donde después de una escaramuza con la Guardia Real muere una mujer. El motín se intensifica hasta el punto que un sacerdote, ver el cuadro de Goya, decide intervenir y preparar una lista de peticiones al Monarca.

Las consecuencias del motín no se hicieron esperar. Muy a disgusto pero sin otra salida el Rey Carlos III decide aceptar el destierro de Esquilache y las dimisiones forzadas del resto de ministros extranjeros, provocando así la subida al poder del Conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez de Campomanes y el Conde de Aranda.

Julián Marías ha comentado las razones sobre la disposición, entendiendo lo siguiente: "Yo pienso que estas razones utilitarias -seguridad pública, conveniencia de que se pudiera reconocer a los delincuentes- no eran más que apariencia: la justificación 'objetiva' es de otras más hondas, estéticas y 'estilísticas': los hombres del gobierno de Carlos III sentían sin duda malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo, tan distintos de los que se usaba en otras partes, tan arcaicos. Yo creo que la aversión a la capa larga y al chambergo era una manifestación epidérmica de la sensibilidad europeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión de sus dos verdaderas patrias: Europa, el siglo XVIII.".

Numerosos artistas de la época inmortalizaron tan insólito motín.

LA CAPA ESPAÑOLA


Decir que se puede rastrear la historia de nuestro país a través de la capa, es decir verdad. Sabemos que la capa era una fachada de la persona en los remotos tiempos de los Iberos, pero sobran indicios para pensar que ya era prenda de abrigo en la mismísima Edad del Hierro. Hace un rato.

Con rebozo y sin rebozo, hay que decir que, la pobre, está ahora "de capa caída". Pero nadie le puede quitar su pasado esplendoroso y pocos pueden prever si levantará o no los vuelos en un futuro. De momento. Nos queda su repaso en los siglos

Tenemos noción de que los romanos adoptaron la sagún celtíbera, capa abierta en los costados y sujeta con una fíbula en el hombro, y los árabes nos dejaron su albornoz, capote cerrado con capucha. Allá por la Edad Media, la capa era manto obligado de todos los estamentos: capuces para los guerreros, tabardos y lobas para los nobles, capas magnas para los religiosos y capotillos de aldas para los campesinos.

En el siglo XVI, la capa era signo y medida exterior del linaje: cuanto más cortas, mayor nobleza se le suponía al portador; así, al rey se la remataban en la cintura, los gentiles hombres la cortaban a medio muslo, los artesanos y menestrales en las rodillas y los villanos en los pies.




En el XVII, todavía pervive el ferreruelo, capita corta que solía terciarse galanamente sobre un hombro, pero también hacen moda otras muchas capas y mantos.

El siglo XVIII nos trajo dinastía borbónica y gustos franceses: las capas cortesanas se fabrican con tejidos más ligeros y de más vivos colores. La longitud de la tela se hace cuestión de estado y hasta provoca un motín popular contra un ministro ilustrado: Esquilache. La influencia no llega a campesinos y pastores, que siguen con sus anguarinas de lana o paño grueso para celar los fríos, o sus corozas de paja para escudarse de las lluvias.

En el XIX, triunfa definitivamente la que ha venido en llamarse capa española, en sus cuatro variantes más conocidas: La Madrileña o pañosa, con esclavina, cuello bajo y embozo de terciopelo de colores, en terciopelo verde y rojo. La Castellana o parda, de paño pardo o marrón sin vivos y con grandes broches; la Catalana, de amplios vuelos y capilla galoneada y la andaluza, de esclavina más corta y de menor longitud.

 De todas ellas, se ha hecho timbre de honor el saber llevarla. Al decir de sus fieles devotos, la capa es talmente como un caballo que tiene que compenetrarse con el jinete para enredarse los dos en majeza. El gabán se pone, pero la capa se lleva. Sólo hace falta echarle a sus pliegues una miaja de prestancia y otra de alegría, para que ella solita se encandile y regale donaire y salero.

La capa, esa atmósfera de tela ondulante y obsequiosa, es memoria tejida de nuestra historia. Evoca ritos ancestrales, mantos senatoriales, tercios guerreros; tiene aromas de estudiantes que corrían la tuna en Palencia o Salamanca y trae recuerdos de intrigas y embozados en la corte de los Felipes; saca color y buen aire de las faenas toreras y se torna en rico brocado sobre las vírgenes de las procesiones; es peto y espaldar para campesinos y pastores, arrebato volandero en los jinetes y cobertura sobria de penitentes y cofrades; comporta el buen porte de los próceres, escondía la bolsa ruin de los hidalgüelos y abrigaba los cuerpos tenaces de los peregrinos, en su visita al señor Santiago.

Nuestras capas han cubierto apariencias, revestido dignidades y aplazado tiriteras y desazones. daban revocos de brillo a los esqueletos gallardos, pero también disimulaban la facha de los que movían huesos torpes y mal encajados. Han servido como alfombra galante, como paño de lágrimas o como manta retozona para un arrebato urgente y carnal. Ha sido cuestión de moda, flor de un día y a la vez objeto preciado que se puede dejar en herencia, más allá de las generaciones. Pocas prendas de vestir entran ahora en la hijuela.

Al reunir estas piezas, mi trabajo ha sido parecido, punto menos, al de un improvisado albacea. Recoger por aquí y por allá las pertenencias de los antepasados, juntar su diversidad y mostrar a los herederos los bienes que les han testado: tanto los del campo






3 comentarios:

  1. Apreciado y querido amigo Luciano ,me has dejado sin palabras , sencillamente, lo has clavado.
    Un fuerte abrazo. Juan de Dios Civico

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  2. Luciano ; Me ha gustado mucho lo que has publicado de nuestros amigos Paloma y Juan y verdaderamente considero que la capa es una prenda muy bonita y que no tenía que haber desaparecido.
    He llevado la capa algunos años en mi etapa de "servicio rural" en la Guardia Civil y era de mucha utilidad y muy necesaria para protegerse del frío.
    Nos servía para ponernos alguna sahariana que teníamos un poco deteriorada por su uso
    ( ya que como dice el refrán ) UNA BUENA CAPA TODO LO TAPA).
    Prenda también muy elegante que usaban toda la gente importante , e incluso en la Guardia Civil, la capa de los oficiales con la parte interior roja VESTÍA MUCHO y presentaba una vista muy atractiva.
    Mando un abrazo al matrimonio amigo y le recuerdo a la Sra. Paloma que no me olvide en el próximo encuentro de los " amigos de la capa".

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  3. Mucha gracias amigo Luciano por la publicación que te facilita Paloma Moreno Martín presidenta de la capa.
    La verdad es que a mi siempre me gusto esa prenda( tuve amigos que la utilizaron hasta el final de sus días) aunque solo la utilicé en el Cuerpo, como dice el compañero Carricondo bendita prenda que tanto frio nos evitó.
    Fuerte abrazo.
    Pedro de Miguel Astorga

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